Habitaré y andaré entre ellos,
y seré su Dios,
y ellos serán mi pueblo.
2 Corintios 6:16.
y seré su Dios,
y ellos serán mi pueblo.
2 Corintios 6:16.
En tiempos antiguos Dios liberó a Israel de la esclavitud de Egipto y lo llevó a través del desierto del Sinaí a la tierra prometida de Canaán. Durante ese recorrido, Dios pidió a su pueblo que le edificara un santuario (Éxodo 25:8), porque tenía tres deseos:
1. Habitar en medio de su pueblo liberado, es decir, quería tener comunión con él.
2. Andar en medio de este pueblo, es decir, quería manifestar algo de sí mismo.
3. Ser su Dios, es decir, recibir de ellos un culto de adoración.
Hoy en día, Dios espera exactamente lo mismo de sus redimidos del tiempo de la gracia. En primer lugar los salvó para sí mismo, luego para ellos mismos y desea tener comunión con ellos. En segundo lugar, desea darles una revelación de sí mismo, de su amor, de su gracia, por medio de Jesucristo. La lógica consecuencia de ello será que sus redimidos lo adoren.
La adoración cristiana es, pues, en espíritu y en verdad (Juan 4:23-24). Esa adoración debe corresponder a lo que Dios reveló de sí mismo. Para el pueblo del Antiguo Testamento todo el culto era exterior, material y ceremonial. Hoy en día Dios desea que le adoremos por medio del Espíritu, expresándole la alabanza, el agradecimiento y la adoración de nuestros corazones. Esto se realiza por medio de himnos y cánticos espirituales, oraciones y también leyendo pasajes bíblicos que expresan lo que motiva nuestros corazones.
Fuente: La Buena Semilla
1. Habitar en medio de su pueblo liberado, es decir, quería tener comunión con él.
2. Andar en medio de este pueblo, es decir, quería manifestar algo de sí mismo.
3. Ser su Dios, es decir, recibir de ellos un culto de adoración.
Hoy en día, Dios espera exactamente lo mismo de sus redimidos del tiempo de la gracia. En primer lugar los salvó para sí mismo, luego para ellos mismos y desea tener comunión con ellos. En segundo lugar, desea darles una revelación de sí mismo, de su amor, de su gracia, por medio de Jesucristo. La lógica consecuencia de ello será que sus redimidos lo adoren.
La adoración cristiana es, pues, en espíritu y en verdad (Juan 4:23-24). Esa adoración debe corresponder a lo que Dios reveló de sí mismo. Para el pueblo del Antiguo Testamento todo el culto era exterior, material y ceremonial. Hoy en día Dios desea que le adoremos por medio del Espíritu, expresándole la alabanza, el agradecimiento y la adoración de nuestros corazones. Esto se realiza por medio de himnos y cánticos espirituales, oraciones y también leyendo pasajes bíblicos que expresan lo que motiva nuestros corazones.
Fuente: La Buena Semilla
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