viernes, 18 de abril de 2008

Él vive por siempre

(Jesucristo)
puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios,
viviendo siempre para interceder por ellos.

Hebreos 7:25.

El Padre ama al Hijo,
y le muestra todas las cosas que él hace;
y mayores obras que estas le mostrará,
de modo que vosotros os maravilléis.

Juan 5:20.


Al comentar la desaparición en el mar del gran navegante francés Tabarly, un diario escribió: «La dimensión de un hombre se mide por el vacío que produce su partida». Esto ocurre incluso con los grandes hombres, como los fundadores de religiones o filósofos. A veces sus tumbas se convierten en lugares de peregrinaje o recogimiento; pero sean lo que fueren, éstas sólo dan testimonio de su muerte. Los hombres mismos ya no cuentan, sólo su enseñanza conserva valor a los ojos de sus adeptos.

No ocurre así con Jesucristo. Su sepulcro pronto se convirtió en una tumba vacía, en un testigo mudo pero elocuente de su resurrección. Los suyos le vieron resucitado y ahora el Espíritu Santo da testimonio de ello en el corazón de todos los creyentes.

Jesús resucitó. Esto nos demuestra que Dios aprobó y valoró plenamente su sacrificio en la cruz, donde cargó con nuestros pecados. Esto nos llena de gozo: nuestro Salvador expió todos nuestros pecados y Dios los considera definitivamente borrados, nos ve como sus hijos. Jesús está vivo, prueba de que la muerte fue vencida. Él fue alzado al cielo, prueba de que un hombre alcanzó la gloria eterna. Desde ahora gozamos de una bienaventurada esperanza, porque al estar unidos a Él por la fe, pronto nos encontraremos con Él en la gloria.


Fuente: La Buena Semilla

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