De tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna.
Juan 3:16
Meditemos en cada palabra:
1. ¿Cuál es el origen de ese amor? Dios mismo.
2. ¿Cuál es su intensidad? Es tan grande que Dios dio a su Hijo unigénito.
3. ¿Quiénes son los destinatarios de ese amor? El mundo entero. Nadie puede decir: estoy excluido.
4. ¿Cuál es la prueba de ese amor? El don del Hijo unigénito.
5. ¿Quién puede beneficiarse de él? Todos aquellos que creen en Jesús.
6. ¿De qué escapan? De la muerte eterna.
7. ¿Qué obtienen? La vida eterna.
¿Tengo, pues, el derecho de estar siempre quejándome y descontento frente a las circunstancias que Dios preparó para mí?
¿Tengo miedo al porvenir, me desaliento, o confío en el amor del Dios fiel y todopoderoso?
¿Soy formalista y poco diligente para seguir a Jesús, o al contrario su amor me moviliza y apremia? “El amor de Cristo nos constriñe”, escribió el apóstol Pablo (2 Corintios 5:14).
¿Oculto al Señor ciertas partes de mi vida, o le dejo el cuidado de dirigirla cada día?
Dios a su Hijo nos ha dado,
lleno de gracia y amor;
Jesucristo se ha entregado
para ser el Salvador.
Fuente: La Buena Semilla
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