martes, 22 de abril de 2008

El hijo que perdí

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna.

Juan 3:16.

El que no escatimó ni a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?

Romanos 8:32.


Esta mañana en el tribunal se trataron dos asuntos. El primero fue el de un pesado y doloroso expediente sobre un accidente que costó la vida a un joven de 23 años de edad. Luego un joven delincuente, ladrón reincidente, también de 23 años, fue traído para ser juzgado. Él explicó que había sido criado en un centro social para niños abandonados y maltratados y que cuando saliese de la prisión no sabría adónde ir. Mientras el tribunal de apelación se retiró para deliberar, la madre del muchacho fallecido en el accidente se acercó al joven y le dijo: –Perdí a un hijo de tu edad, si quieres, cuando salgas de la cárcel, ven a mi casa. Voy a dar mi dirección a tu abogado. Al oír esta conmovedora invitación, el joven no pudo ocultar su emoción y murmuró: –Gracias, señora. Quizás esa haya sido la primera vez que alguien se preocupó por él.

Este hermoso ejemplo nos recuerda lo que Dios hizo. Envió a su Hijo, quien tomó forma humana para morir en nuestro lugar. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).

Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15).


Fuente: La Buena Semilla

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