Toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo,
viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho.
Pero todos sus conocidos… estaban lejos mirando estas cosas.
Lucas 23:48-49.
¿Cuál era el espectáculo que la multitud veía en aquel entonces? El del perfecto e inocente Hijo de Dios, quien había vivido fiel y abnegadamente para su Dios y había sido apresado por sus adversarios. Lo habían escarnecido de todas las maneras imaginables, le habían puesto una corona de espinas y finalmente lo clavaron en una cruz. Sin duda, el pueblo veía cómo sufría el Salvador.
A las doce meridiano de ese aciago día, hubo tinieblas que duraron tres horas sobre todo el país. Fue una visible intervención divina; pero de toda la muchedumbre presente, ¿cuántos comprendieron el motivo de ese fenómeno aterrador?
Los dirigentes del pueblo, que se habían burlado de la confianza que Jesús tenía en Dios, quizás pensaron que de esa manera Dios le manifestaba su desagrado.
Entonces los labios del Señor dejaron escapar este grito de angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. ¿Era posible que fuese abandonado por Dios en semejante momento? Contrariamente a la multitud que se volvía golpeándose el pecho, nosotros sabemos que durante esas horas él no padeció sólo de parte de los hombres, sino que soportó el castigo de Dios, porque cargaba con nuestros pecados. ¡Cuánto habrán sufrido los suyos viendo desde lejos lo que ocurría! Es de desear que nuestros corazones siempre puedan pensar con veneración y adoración en nuestro Salvador muriendo en la cruz.
Fuente: La Buena Semilla
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