Todos los atenienses y los extranjeros residentes allí,
en ninguna otra cosa se interesaban
sino en decir o en oír algo nuevo.
Hechos 17:21.
Cierta vez el distribuidor se vio de repente rodeado por los ancianos. –Escuche, dijo uno de ellos, tenemos que hacerle una pregunta: Recientemente un hombre como usted… es decir, que también cree en Dios, nos aseguró que si no nos convertíamos, iríamos todos al infierno. Nunca nos habían interpelado así. ¿Qué piensa usted de esto? Después de un corto silencio el mensajero del Evangelio respondió: –No sé si se lo hubiese dicho tan directamente, pero de una cosa estoy seguro: este hombre tiene razón. Hubo una pausa incómoda… Finalmente el portavoz de los ancianos dijo: –Entonces déjenos en paz con semejantes cuentos; no necesitamos sus folletos.
Aquellos ancianos estaban de acuerdo en oír novedades e informaciones de cualquier índole. Pero la palabra «infierno» les bastó para renunciar a oír la buena nueva de Jesucristo, quien quiere salvar de la eterna perdición a los seres humanos. Sin embargo, vale la pena reflexionar: si no hubiese un infierno, ¿por qué tendría que haber un cielo? Ambos son realidades espirituales. Así lo enseña la Biblia, y podemos confiar en ella.
Fuente: La Buena Semilla
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