Siendo enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.
Romanos 5:10.
Dios no es nuestro enemigo; es amor, pues dio a su Hijo por nosotros. Pero el pecador sí es enemigo de Dios, está alejado de él, lleno de quejas contra él, a no ser que lo ignore o le considere «muerto», lo cual es una blasfemia. Cuando dos hombres se reconcilian, restablecen la relación anterior. Pero, cuando Dios reconcilia a un pecador, lo introduce en una nueva relación fundada en la muerte de Cristo (Colosenses 1:20).
No es nuestra apreciación de la obra de Cristo la que efectúa la reconciliación; Dios es quien aprecia el valor perfecto y completo de la obra de Cristo en la cruz. La fe se aferra a lo que Él dice acerca de ese valor para reconciliarnos y hacernos volver a la unidad y a la paz con él.
No se trata de un cambio del hombre natural, sino de una nueva posición producida por la reconciliación. Ella nos permite acercarnos a Dios, gozar de su amor, conocerle como Padre, estar llenos de su gracia, estar de acuerdo con él. “Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura (o creación): las cosas viejas pasaron ya, he aquí que todo se ha hecho nuevo. Y todas las cosas son de Dios, el cual nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo” (2 Corintios 5:17-18, V.M.)
De tal relación con Dios se deriva un privilegio: él nos ha confiado “el ministerio de la reconciliación… Nosotros pues somos embajadores de parte de Cristo, como si Dios os rogara por medio de nosotros: ¡os rogamos, por parte de Cristo, que os reconciliéis con Dios!” (2 Corintios 5:18-20, V.M.)
Fuente: La Buena Semilla
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