lunes, 7 de julio de 2008

Las últimas palabras del Señor Jesús

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Lucas 23:46.

Normalmente los crucificados morían asfixiados por no tener un punto de apoyo para los pies. El Salmo 22 describe algunas manifestaciones físicas debidas a la crucifixión, entre otras: “Todos mis huesos se descoyuntaron” (v. 14). Para poner fin a esa agonía, quebraban las piernas al crucificado, hecho que los soldados romanos hicieron a los dos malhechores.

Para Jesús esto no fue necesario. Las Escrituras habían anunciado: “Ni uno de ellos (sus huesos) será quebrantado” (Salmo 34:20). Por un acto soberano y voluntario, nuestro Señor Jesucristo entró como vencedor en la muerte. ¡Qué calma soberana en este hecho! ¡Qué contraste con tantos hombres, quienes en el momento de pasar al más allá sienten una terrible angustia! En cambio Jesús habló a su Padre, a quien glorificó por su obra cumplida y en cuya presencia se iba a encontrar inmediatamente. Por séptima y última vez Jesús habló en la cruz, y sus palabras son el cumplimiento de un salmo profético de David: “En tu mano encomiendo mi espíritu” (31:5).

En ese momento Dios efectuó varios milagros: rasgó el velo del templo en dos, “de arriba abajo” (Marcos 15:38), la tierra tembló y numerosos judíos piadosos resucitaron. La actitud y las palabras pronunciadas por Jesús convencieron de su divinidad al centurión romano: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15:39).

En su vida como en la obra expiatoria, el Señor Jesús glorificó a Dios. Démosle gloria por la grandeza de lo que hizo en su amor, e igualmente por la grandeza de su persona.

Fuente: La Buena Semilla

No hay comentarios: