miércoles, 7 de mayo de 2008

Testimonio de un chino

Otra vez Jesús les habló, diciendo:
Yo soy la luz del mundo;
el que me sigue, no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida.
Juan 8:12.

Nací en junio de 1914 al sur de China. A los diecisiete años, reflexioné mucho sobre las preguntas existenciales. Como no encontraba la razón de vivir, sufría muchísimo; si bien tenía padres que me amaban realmente. Además, veía cómo algunos jóvenes que habían recibido una buena educación solían corromperse cuando dejaban el colegio. Deseaba hallar un camino para dominar la tentación y el pecado, una senda hacia una vida santa y justa. Aunque era joven, la incertidumbre de lo que acontecería después de la muerte me atormentaba.

No podía aceptar el budismo, porque esta religión sólo habla del porvenir y no tiene respuesta para el presente. Tampoco me servía el confucianismo, pues sólo se refiere al presente y no ofrece esperanza alguna. Por eso rechazaba estas doctrinas. De igual modo no quería creer en el cristianismo, porque me parecía que era una religión occidental ajena a la cultura china.

En su amor, Dios me acercó a él. No puedo explicarles cómo ocurrió esto. Cierta noche estaba solo en mi habitación. De repente Dios se reveló a mi corazón y deposité mi fe en él. Me arrodillé y le confesé mis pecados: esa noche recibí al Señor Jesús en mi vida. Cuando me levanté, todo había cambiado para mí, estaba lleno de felicidad.

Mi vida fue difícil: a causa de mi fe supe lo que es estar encarcelado y exiliado, pero puedo atestiguar que Dios fue fiel.

Fuente: La Buena Semilla

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