viernes, 16 de mayo de 2008

La llamada de auxilio

¡Ay de mí, pues soy perdido!
Isaías 6:5, V.M.

El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
Lucas 19:10.

Un ladrón que quiso introducirse en una joyería supuso que podía penetrar en ella por el acceso aparentemente fácil de una chimenea. Se introdujo en el conducto, pero de repente se atascó y no pudo bajar ni volver a subir. La única solución fue esperar el amanecer para gritar con todas sus fuerzas. Un transeúnte lo oyó y alertó a la policía y a los bomberos. El hombre fue liberado, pero no sabemos qué decidió la justicia.

Moralmente puede ocurrir que nos hallemos «atrapados» por haber escogido una línea de conducta que nos parecía adecuada; pero ahora estamos en un callejón sin salida. Es imposible avanzar, porque todo se agrava. Tampoco se puede retroceder, pues muchas situaciones son irreparables. Así podemos estar «atrancados» en nuestra vida terrenal, pero ¡cuánto más ante la justicia de Dios! No hay posibilidad de borrar el pasado ni de rescatarse uno mismo. Nuestro mayor problema se llama pecado, es decir, el mal en relación con Dios. Y este mal atrae inexorablemente su juicio. La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23), dicho de otro modo, estar alejado de Dios por la eternidad.

Querido amigo, tal vez se sienta acorralado por la desesperación. Clame a Dios. Él tiene la solución y espera su llamada de auxilio. Él puede perdonarlo, porque Jesucristo fue condenado en su lugar. Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios (Efesios 2:8).

Fuente: La Buena Semilla

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