martes, 2 de septiembre de 2008
Cómo desatar el río de Dios en nuestra vida?
Por Marcos Barrientos
Recientemente, un amigo pastor de una creciente iglesia en los Estados Unidos me preguntó lo siguiente: “¿Cómo puedo lograr que los músicos de la congregación fluyan en la adoración a Dios?
Ellos saben tocar, pero no saben como conducir a la gente a la presencia de Dios".
Cada vez más, existe un deseo por experimentar la realidad de la gloria de Dios en medio nuestro. Mi amigo se refería a aquello que hace la diferencia entre una reunión más, y un tiempo precioso de comunión con Dios. Entre lo aburrido de la rutina, y la expectativa de algo fresco.
La respuesta, en realidad, es muy sencilla. Tiene que ver con la aplicación de dos principios espirituales básicos:
1. Abrir el corazón
2. Abrir la boca
Veamos el primero: La palabra declara: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:23). Qué declaración tan importante: ¡Del corazón mana la vida! En otras palabras, no podemos hacer nada que transmita vida si no abrimos el corazón para que fluya de allí la bendición.
Sabemos que hay que abrir el corazón para que entre Jesús (Ap. 3:20), pero también debemos abrirlo para que emane la vida de Jesús, en la forma de adoración. Pablo exhortó a los corintios, a que abrieran su corazón, así como él había abierto el suyo hacia ellos. Sólo así podría haber verdadera comunión. Efesios 4:18 claramente nos enseña que la dureza de corazón (corazón cerrado) impide el fluir de la vida de Dios. Quizás no haya nada más importante para alguien que se para sobre una plataforma para ministrar, que el que lo haga con un corazón abierto hacia Dios.
Tanto el que ministra con la Palabra como el que lo hace con la música, deben abrir su corazón para que de él emane el río de Dios. Cuando uno abre el corazón, el fluir del Espíritu se manifiesta a través de las palabras, a través de las manos, al tocar un instrumento, y aun a través de los ojos. No conozco ninguna persona que siendo verdaderamente llena del Espíritu Santo tenga ojos secos. Por eso dice la Palabra: “los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” e “irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla” (Sal. 126:5-6) El fluir del Espíritu sensibiliza el interior. Pero esto no tiene nada que ver con las emociones. Tiene que ver con algo que está sucediendo en el interior, un torrente que busca expresarse a través de nuestro corazón, y que muchas veces encuentra una salida a través de nuestros ojos.
El segundo principio es abrir la boca: El Señor Jesús declaró en Juan 7:37 al 39: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva...” Juan, el apóstol, nos aclara que Jesús se refería al Espíritu que habrían de recibir los que creyesen en él.
En otras palabras, el río de Dios está, en todo su potencial, dentro de cada creyente que ha recibido del Espíritu para traer cambios a esta tierra. “Sobre las cumbres áridas abriré ríos, y manantiales en medio de los valles. Convertiré el desierto en lagunas, y la tierra reseca en fuentes de agua” (Is. 41:18).
Sin embargo, hay muchos creyentes que no han desatado el poder de este fluir transformador en sus vidas porque tienen sus bocas cerradas. Para que el río del Espíritu de Dios fluya no basta con decir al Señor: “cuando tú quieras haz fluir tu río en mí”. Se necesita también dar un paso de fe y decir: “Señor, yo reconozco que el río de Dios ha venido a mi vida, por tu Espíritu, y que en mí está la capacidad y decisión de dejarlo correr. Por tanto yo ABRO MI BOCA para que fluya de mi interior”. Mucha gente sabe que hay que abrir la boca para confesar a Jesús como Señor, para que entre el Espíritu Santo, pero pocos entienden que también es necesario abrirla para que fluya de nuestro interior hacia fuera.
El verso 38 específicamente dice: “...de su interior correrán ríos de agua viva...” Jesús usa el término “interior”, refiriéndose a las entrañas, al vientre, a la parte más interna de nuestro ser. Hay una gran diferencia entre lo que sale del interior de tus entrañas y lo que sale del interior de tu mente.
Es necesario que seamos entendidos de lo que Dios está haciendo precisamente con este derramamiento del Espíritu Santo. El fluir del Espíritu Santo en medio de la alabanza del pueblo de Dios se está incrementando, como las aguas de un río que suben de nivel, y pronto su cauce será desbordado. ¡La tierra será llena del conocimiento de su Gloria! Pero esto sólo será una realidad palpable en el ámbito personal si estamos dispuestos a abrirnos ante Dios y ante los hombres. Ante Dios para ser continuamente llenos del Espíritu. Ante los hombres para tener un corazón transparente y genuino del cual mana la vida.
Este artículo ha sido tomado de la revista enfoque musical.
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