Amados, ahora somos hijos de Dios.
1 Juan 3:2.
La Palabra también es una semilla. Jesús mismo lo dice al dar la interpretación de la parábola del sembrador: La semilla es la palabra de Dios (Lucas 8:11). Ella es simiente… incorruptible (1 Pedro 1:23).
En Juan 3 se plantea una doble condición: Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree… tenga vida eterna… De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:14-16). Notemos la expresión todo aquel: no se descarta a nadie, y la palabra cree: la fe en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, levantado en la cruz, en la cual dio su vida en rescate por muchos. Hay una seguridad interior producida por el Espíritu Santo: El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios (Romanos 8:16).
Los creyentes pueden orar por la salvación de sus hijos o de sus amigos, pero el nuevo nacimiento es obra de Dios, quien actúa por medio de su Palabra y de su Espíritu. Los padres han presentado la Palabra a sus hijos, los han educado para el Señor, pero sólo él puede dar la vida eterna a aquel que cree: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios. Dios nos ha dado vida eterna. El que tiene al Hijo, tiene la vida (1 Juan 3:1-2 y 5:11-12). Él nos ha hecho participantes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4), la que nos lleva a la comunión con Dios, a la intimidad con el Padre para escuchar cómo su voz nos habla de su Hijo.
Fuente: La Buena Semilla
En Juan 3 se plantea una doble condición: Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree… tenga vida eterna… De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:14-16). Notemos la expresión todo aquel: no se descarta a nadie, y la palabra cree: la fe en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, levantado en la cruz, en la cual dio su vida en rescate por muchos. Hay una seguridad interior producida por el Espíritu Santo: El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios (Romanos 8:16).
Los creyentes pueden orar por la salvación de sus hijos o de sus amigos, pero el nuevo nacimiento es obra de Dios, quien actúa por medio de su Palabra y de su Espíritu. Los padres han presentado la Palabra a sus hijos, los han educado para el Señor, pero sólo él puede dar la vida eterna a aquel que cree: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios. Dios nos ha dado vida eterna. El que tiene al Hijo, tiene la vida (1 Juan 3:1-2 y 5:11-12). Él nos ha hecho participantes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4), la que nos lleva a la comunión con Dios, a la intimidad con el Padre para escuchar cómo su voz nos habla de su Hijo.
Fuente: La Buena Semilla
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