El tener una relación personal con Jesucristo comienza al momento de darnos cuenta de nuestra necesidad de Él, admitiendo que somos pecadores, arrepintiéndonos de nuestros pecados, y pediéndole que entre a nuestros corazones para ser la autoridad en nuestras vidas. Dios, nuestro Padre celestial, siempre ha deseado estar cerca de nosotros y tener una relación personal con nosotros. Antes que Adán pecara en el Huerto del Edén (Génesis capítulo 3), tanto él como Eva conocían a Dios íntimamente, a nivel personal. Ellos caminaban con Él en el Jardín y hablaban directamente con Él. Debido al pecado del hombre, fuimos separados de Él. Él es perfecto, y no puede vivir entre el pecado. Antes que Jesús muriera en la cruz, la gente tenía que sacrificar animales cuando pecaba, porque la Biblia dice que el pago del pecado es muerte.
Lo que un gran número de gente no sabe, ni se da cuenta, o no le interesa, es que Jesús nos dio el regalo más asombroso – la oportunidad de pasar la eternidad con Él y Dios el Padre si es que creemos, o confiamos en Él. “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23). Dios envió a Su Hijo para que llevara nuestro pecado, fuera muerto, y luego fuera levantado nuevamente, obteniendo Su victoria sobre el pecado y la muerte. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:1). Si aceptamos Su regalo, nos hacemos aceptables ante Dios y podemos tener una relación personal con Él.
Debemos incluir a Dios en nuestra vida diaria, de la misma manera que lo haríamos con cualquier otro miembro de nuestra familia, solo que éste sería ¡muchísimo más importante que cualquiera! Debemos orarle a Él, leer Su Palabra, y meditar en sus versos en un esfuerzo por llegar a conocerlo mejor y estar dispuestos para hacer Su voluntad. Debemos orar por sabiduría, que es uno de los más grandes bienes que podemos tener. Debemos llevarle nuestras peticiones a Él, haciéndoselas en el nombre de Jesús. Jesús dijo, “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo de.” (Juan 15:16) Jesús es quien nos ama lo suficiente como para dar Su vida por nosotros, y Él es quien formó el puente sobre el abismo que había entre Dios y nosotros. Y Dios es quien envió a Jesús para hacerlo; ellos son Uno y el Mismo, y ambos merecen todo nuestro honor, alabanza y adoración.
El Espíritu Santo también es Dios; Él es esa “parte” que nos ha sido dada como nuestro Consolador. Jesús dijo antes de morir: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador; para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros.” (Juan 14:15-17), y después de que Él murió, el Espíritu Santo se volvió accesible para todos los que sinceramente buscan recibirlo. Él es quien ahora vive en los corazones de los creyentes y jamás los dejará. Él nos aconseja, nos enseña las verdades, y cambia nuestros corazones. Sin la obra del divino Espíritu Santo, no tendríamos la habilidad para luchar contra el mal y las tentaciones. Pero puesto que lo tenemos en nosotros, comenzamos a producir el fruto que viene de permitir que el Espíritu nos controle: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y templanza (Gálatas 5:22-23).
Esta relación personal con Jesús nos es tan difícil de obtener como podríamos pensar, y no hay una fórmula misteriosa para conseguirla. Tan pronto como nos convirtamos en hijos de Dios, recibimos al Espíritu Santo quien comenzará a trabajar en nuestros corazones. Debemos orar sin cesar, leer la Biblia y unirnos a una iglesia de creyentes bíblicos; todas estas cosas nos ayudarán a crecer espiritualmente. Confiando en Dios para que nos ayude día con día y creyendo que Él es nuestro sustentador, es la forma de establecer una relación con Él. Aunque no podamos ver cambios inmediatos, comenzaremos a verlos con el tiempo, y todas las verdades se nos aclararán cada vez más.
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